Nuestro CEO escribe
- Luigi Lindley A.
- 19 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 nov 2020
¿El PROPÓSITO O EL DINERO?

Quién no ha estado cerca de una situación de corrupción en una empresa. Haberlo vivido o escuchado en su entorno cercano. ¿Cómo somos capaces de haber llegado a ese punto?, ¿qué ha hecho que nuestros valores se hayan deteriorado?, ¿qué estamos haciendo mal?, ¿cómo corregir el camino?.
Esto no es sólo un problema de las instituciones públicas, también en el sector privado, en nuestro entorno más inmediato y, en algunos casos, en nuestras propias familias.
¿Por qué el dinero mueve a las personas y no los verdaderos propósitos? Aquellos que nos inspiraron a estudiar una carrera o a desarrollar apasionadamente un negocio.
Esta es una pregunta que deberíamos hacernos para entender que nos está pasando, por qué nos alejamos de la idea central que nos impulsa a hacer empresas.
La ambición, la lucha por una posición de mercado o la desesperación por lograr objetivos monetarios, nos llevan a desenfocarnos en nuestra idea central, la que nos trazamos en nuestro primer plan estratégico. Cómo esta ambición lleva a pisotear los derechos de los demás, cómo es que daña a las personas y a la sociedad misma, pensando sólo en nuestros intereses. ¿Este es el ejemplo que les dejamos a nuestros hijos? ¿Aceptaríamos que ellos sean las víctimas de este problema?
Hoy podemos asegurar que gestionar en corrupción es llevar nuestra empresa al fracaso. Con estas acciones demostramos que no somos capaces de crear una estructura de valores porque terminamos distorsionando nuestros propios conceptos, prevaleciendo el interés personal frente al del prójimo: nuestras familias, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestra sociedad.
El propósito, desde lo profundo y transcendental, es el sentido que le otorgan nuestras acciones a nuestra vida. Si lo llevamos al sentido empresarial podríamos decir que lo definimos en nuestra misión, visión y valores, nuestra filosofía de actuación desde la perspectiva empresarial y social. Qué reglas regirán mi vida dentro y fuera de mi empresa, de mi desarrollo como profesional y como persona.
Así entonces podemos decir que creamos empresa para transcender, para crear valor a nuestro entorno, a nuestra sociedad y a la humanidad.
El dinero nos permite desarrollar el propósito: invirtiendo en activos, capital de trabajo y en una primera fase más intensiva hasta lograr la sostenibilidad de la empresa. El dinero no es en sí un fin, es un medio para lograr nuestro propósito. El problema comienza cuando convertimos el dinero en un fin, y como “el fin justifica los medios”, ahí perdimos el camino.
He buscado libros que me orienten para hacer las cosas de mejor manera, intentando evitar las tentaciones que existen en el mercado. Y nacen varias preguntas, ¿cuál es esa mejor manera?, ¿cómo proceder desde nuestros fundamentos?, ¿cómo eliminar nuestras desviaciones propias de experiencias de vida y en particular de nuestra vida profesional?
En esta búsqueda, desde hace varios años leo la Biblia, en especial los Evangelios y me ha sorprendido encontrar tantos mensajes de inmensa sabiduría que me han permitido ir orientando mis pensamientos a una nueva forma de actuar en mi vida personal y empresarial. Cada lectura diaria intento llevarla a una experiencia específica dentro de mi empresa, trato de construir un EVANGELIO EMPRESARIAL, un KERYGMA.
Es impresionante poder adaptar esta sabiduría a diferentes contextos empresariales, como el siguiente: “Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá odio por uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas” (Juan 6, 24).
Cómo lo ponemos en lenguaje empresarial: “ningún empresario puede amar al propósito y al dinero porque siempre hará que uno prime sobre el otro”. Esto no quiere decir que no queremos empresas rentables, lo que digo es que la rentabilidad está para asegurar la sostenibilidad del propósito: misión, visión y valores. ¿No será que cuando distorsionamos esto nos lleva a situaciones como las que estamos viviendo en estos días en nuestro país?
Como menciona Pablo Ferreira en su libro Ética y Empresa existen dos dimensiones en las empresas: la eficiencia económica y la eficiencia humana. La primera se refiere sólo al concepto de que en una empresa para que sea sostenible debe ingresar más dinero del que sale, cuestión imprescindible. Pero la segunda, que es decisiva para el largo plazo y determinante que es la eficiencia humana, se vincula al desarrollo de las personas, desarrollo de sus capacidades de hacer, de sus habilidades operativas, de querer hacer cosas que valgan la pena por su calidad moral.
Entonces, pongamos nuestros propósitos por delante. Que el dinero y la riqueza sea un medio para construir inmensos propósitos y actuemos pensando en las cosas correctas. Ser fiel al propósito es la clave para el verdadero éxito de cualquier empresa.
Tengamos presente ante todo qué fue lo que nos inspiró para crear una idea, que queríamos corregir o aportar a las ideas que ya existían en el mercado en ese momento.
Esto sólo nos hace pensar que, de la misma forma que una empresa no puede vivir sin propósito, el hombre no puede vivir sin Dios, sin una filosofía de vida que garantice un buen comportamiento, un modelo a seguir.
Nuestra ambición puede pisotear los derechos de los demás, dañando a las personas y a la sociedad misma. Es un freno a nuestra propia evolución como seres humanos, en nuestro desarrollo espiritual.
Somos los responsables del futuro de nuestra sociedad, de nuestros hijos, de nuestro entorno, de todas las personas en las que influimos como líderes.
Volver al propósito es una forma de volver a Dios, mi Gran Jefe.
Luigi Lindley Alvarez


Comentarios